miércoles, 24 de febrero de 2016

'De noche justo antes de los bosques'

ODIO

Desarraigar: 
  1. Arrancar de raíz una planta. 

Vivir en sociedad es morir. Vivir en sociedad es olvidar quién eres. Vivir en sociedad es la comodidad y los patrones. 

Un hombre deambula por la calle un día de lluvia sin rumbo fijo. Camina bajo cortinas de agua, empapado, deshaciéndose su identidad. Este hombre es extranjero, como Camus, y camina sabiendo que es sospechoso, sospechoso de destacar por su peculiar apariencia, por sus arraigadas costumbres.

No sabemos con certeza qué fuerzas lo mueven a continuar sus andadas, y su periplo bien podría merecer la pregunta formulada en ‘En el camino’, de Kerouac, cuando un negro interpela a los holgazanes errantes que vagan de lado a lado del país: ‘Vais a algún sitio o simplemente vais’. Simplemente ir, que ya es bastante, parece ser el impulso por el que se guía nuestro personaje. Una andadura pesada, el simplemente ir, para los que llevan marcado en su espalda el estigma de ‘los otros’, los que no son de aquí.

Sin embargo, este hombre, aunque deambula, tiene un objetivo y este objetivo consiste en persuadir al interlocutor, un espectador al que pretende adoctrinar, hacer partícipe de su horrible situación. Un espectador débil y manipulable, que, como él, es víctima de una industrialización feroz, que, como él,  también carga en su lomo el peso de la historia y, que sobretodo, como él, ha de lidiar con una libertad arrolladora que lo aturde.  

‘Esta no es tu patria’, parece decirle el mundo al personaje. ‘Tu no perteneces a este barrio, ni a esta ciudad, y mucho menos a este país’. Este no es su sitio, él lo sabe, porque los dueños del sitio han vallado las fronteras, pero aún así está aquí, conviviendo, siendo partícipe de eso a lo que llaman ‘lo multicultural’: el avasallamiento de una cultura sobre otras que quedan relegadas y segregadas en suburbios donde se corrompen y donde sacan punta al arma de doble filo llamada ‘incomprensión’, donde se conforman los guetos del odio. Ciudades donde no cohabitan las personas, sino donde los que habitan apartan la mirada de los que malviven.
Esta es la lucha de un hombre normal, de un hombre que no perdería la oportunidad de seducir a una mujer bella, de un hombre al que no le importaría saciar su sed metiendo la cabeza en un barril de cerveza, incluso, si se diera el caso, la lucha de un hombre que no diría ‘no’ a una habitación de hotel  para pasar la noche. 
Esta es la lucha de todos, la de nadie, la guerra de las razas en la que estamos inmersos y cuyo origen yace inherente en cada recién nacido. Blancos contra negros. Blancos puros y negros sucios, negros viejos y blancos jóvenes, blancos que ganan, negros que pierden. Hombres que se descomponen en ciudades como el Nueva York de Lorca en su ‘Oda a Walt Whitman’, una odisea de gasolina donde los negros y los maricas, los travelos, los deformes y los subnormales son y serán condenados a la mayor de las tragedias; la incomprensión. 

‘Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.’

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