jueves, 5 de mayo de 2016

PORNOCHACHA



                                                   ‘Igualdad y desigualdad de géneros’  
                                                                                                                   
                                                                                                                   
                                                        

La mujeres viven en la inopia. No están ‘vivas, vivas’, caminan ausentes por un cauce trazado hace muchísimos años, que sí, sufre ligeras variaciones, mejoras, pero es un surco por el que avanzan impasibles como el agua, siguiendo una dirección impuesta, absolutamente establecida. 
Las mujeres son sumisas. Y han de serlo, pues su condición las relega a un segundo plano, y aunque hay que aparentar cierta igualdad, lo importante es que a la hora de la verdad las cosas sean como tienen que ser. Y estando en público, voy a decirlo ‘soy feminista y me cago en el patriarcado’, porque es lo que hay que decir, eso está claro, y si alguien equipara feminismo con machismo me encargaré de que sufra el mayor de los oprobios, pues todo el mundo sabe ya que eso en público no se dice. Pero al llegar a casa no voy a hacer la cena, eso seguro. ¿Por qué? No lo sé y no me interesa saberlo. Pero ella lo tiene claro y yo también. Ya no es cuestión de ‘yo trabajo y tu no, así que por lo menos compénsalo después’, no, es un asunto de inherencia, de elementos internos incomprensibles que se remontan a épocas inmemoriales y cuyo acceso nos es restringido.

La imagen que tengo de mi abuela está siempre enmarcada en la cocina. No recuerdo a mi abuela fuera de ese lugar. Ir a su casa era siempre un festín culinario seguido de una larga siesta en el salón. Mi abuela se encargaba de preparar los guisos o las compotas, de poner la mesa y después recoger y limpiar la cocina para que volviera otra vez a estar impecable. Yo, que era un niño, no entendía por qué ella, siendo la mayor, tenía que hacerlo todo ‘Atita -que es como la llamaba- ¿por qué recoges tú sola la mesa, si hemos comido todos?’ Ella se reía sin acritud ‘Porque prefiero estar yo aquí mientras vosotros descansáis, vida’ me decía ‘Hale, vete al salón’, y acto seguido me echaba de la cocina mientras ella recogía durante horas los restos de los grandes banquetes que allí se celebraban. Mientras, mi padre, mi tío y yo dormíamos largas y pesadas siestas que se remontaban hasta el anochecer.

Todo lo que sé lo he aprendido de mi padre, que me llevaba a manifestaciones feministas el ocho de marzo sobre sus hombros, que se relacionaba con amigas ‘progres’ que fumaban canutos y no se depilaban las axilas y aprovechaban el momento menos pensado para liberar sus tetas y sumergirse en un lago si estábamos en una de las caminatas de montaña a las que acudíamos, pero que después, en casa ejercía una tiranía absoluta sobre mi madre, quien años después calificaría su función durante los años de matrimonio con él de  ‘pornochacha, yo era una pornochacha’ decía. 
Esa palabra siempre me hizo gracia porque suena como a composición infantil -aunque en las palabras de mi madre no había ningún ápice de divertimento- y con los años he ido descubriendo su significado de forma más profunda ayudado también por los consejos que me ha ido dando mi padre mientras yo -y él- me hacía mayor. Un día, estábamos los dos en el sofá y su pareja -mi madre ya se había largado, hacía mucho- seguía recogiendo la cocina, y al igual que cuando le había preguntado a mi abuela años antes, le dije a mi padre ‘Papá, ¿crees que debemos echarle una mano a Julia?’, ‘No me la malacostumbres, que la tengo muy bien educada. Si quieres ser como yo búscate una que limpie y cocine motu proprio’. Acordándome de la expresión utilizada por mi madre (pornochacha) intuía que mi padre solo profundizaba en la parte del  -chacha y dejaba fuera (quizás también porque le avergonzaba hablar de eso conmigo) el -porno. Es decir, una mujer que se encargue de la manutención del hogar y que atienda mis caprichos sexuales pero que no trascienda en ningún otro ámbito para evitar perturbarme. 

Sé que detrás de muchos de vosotros, (defensores acérrimos de la mujer independiente, alzadores de puño izquierdo y reivindicadores de la liberación del pecho femenino), en vuestras casas, entre las paredes que os ven, redimís vuestras conciencias de la presión social y dejáis que la verdad, la genética y la historia se revelen en su máximo esplendor, haciendo de vuestros sexos un trono, acariciando el lomo de vuestras mujeres mientras rebosan vuestras bocas de la palabra por la que emana la felicidad: por-no-cha-cha.


Sí, es verdad, quiero creer que cuando te defiendo, mujer, te defiendo de verdad, pero nunca he estado del todo convencido. Realmente no somos iguales. Yo soy el hombre

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