sábado, 7 de mayo de 2016

Litoral

                                    Realidad y ficción como vías paralelas en la obra.


Cada uno de nosotros poseemos una historia única, que no ha ocurrido nunca antes y que, seguro, merece ser contada: se trata de nuestro camino. Litoral escoge un tramo de la vida del protagonista, un punto de inflexión, que muestra la obligatoriedad de crecer a partir de la muerte de un padre, de cómo esa muerte es una herida que siempre le acompañará y que comenzará a curarse con la sal del agua de mar. 

Este camino posee una forma caótica, repleta de realidad y ficción, al igual que el pensamiento de un ser humano, construido por la figura de un padre, ausente o no; de las caricias de una madre, de las largas noches de espera a los Reyes Magos, de las tartas de cumpleaños, de los monstruos de debajo de la cama, de la fiebre, del dolor de piernas que da crecer, de las películas que vemos más de tres veces y de, en definitiva, el mundo interno que creamos dentro de cada uno. Litoral refleja ese mundo gracias a elementos ficcionales, recurriendo a un amigo invisible de la infancia de Wildfrid, que enmarca una etapa de la vida que debe dejar atrás y que ayuda al lector a ir completando progresivamente la identidad del personaje, mostrando una parte íntima de su “yo pequeño”, aún vivo dentro de él y paralelo a la realidad, es decir, a su “yo presente”, por lo que realidad y ficción, pasado y presente, van de la mano. 

La obra da lugar a dos mundos, ya que el mundo que imagina sucede al mismo tiempo que el real. Esto es posible gracias al poder que posee la palabra de los personajes, a partir de la cual el espacio y el tiempo pueden variar. Aparece, de forma continuada, otro espacio ficcional dentro de la propia ficción: el rodaje de una película, donde el protagonista no es otro que Wilfrid. ¿Quién no ha imaginado alguna vez que su vida fuera una película? El sentido metafórico de la mayoría de los espacios que aparecen durante el viaje en busca de un lugar para enterrar a un ser querido, se refuerza a partir de todos estos elementos imaginarios, dando pie a que a la realidad también se le pueda buscar un significado simbólico. A la hora de hablar de la necesidad de matar a los padres para poder crecer (“Amé: A los padres habría que destriparlos”), de recordar los nombres de cada muerto para originar una memoria histórica, del deseo de contar la historia de cada personaje que aparece en el relato… es inevitable acudir a elementos no pertenecientes al mundo ordinario, el cual se queda pequeño para transmitir la importancia y grandeza de estos conceptos. 

Quizá este mundo, con su realidad y materialidad, no sea suficiente para almacenar los nombres de todos aquellos que han pasado por él. Cuántos nombres perdidos, deshechos, olvidados, fragmentados. Quizá el mundo donde existe alguien capaz de escribir todos esos nombres en una lista y llevarlos a cuestas, como el cadáver de un padre; el mundo donde la memoria se valora como un don, donde de la catástrofe nace la necesidad de hablar, amar, bañarse en el mar; donde se sabe que tarde o temprano de las heridas brotarán flores, quizá sea ese el mundo que necesitamos crear para poder crecer y seguir adelante. 


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